La maestría en las
artes marciales es un tema poco comprendido.
Al contrario de lo
que pasa con otras actividades humanas, en el que obtener un dominio
destacado significa exactamente eso (en la física, las matemáticas,
la literatura, la mecánica, o lo que sea), el “título” de
maestro en las artes marciales parece que confiere a su poseedor una
especie de don sobrenatural que lo eleva sobre el resto de los
mortales.
Este pensamiento es-
a mi humilde modo de entender- altamente nocivo, predispone a
aquellos que se acercan al maestro en cuestión a tener una actitud
sumisa y en algunos casos, servil.
Hay demasiado mito,
quizás alimentado por películas de calidad dudosa, en las que el
maestro es una especie de semidiós de quien incluso un simple
estornudo tiene un significado místico.
Necesitamos aclarar
que es cierto que las artes marciales conducen de alguna manera a lo
que algunas corrientes filosóficas llaman la iluminación. Pero, sin
lugar a dudas, no todos los maestros alcanzaron esta estatura
espiritual.
La mayoría eran
grandes guerreros o luchadores, pero sus vidas personales estaban
llenas de debilidades humanas y dolencias absolutamente terrenales...
Incluso los hubo
que, en vez de destacarse como luchadores, lo hicieron por haber
creado el basamento teórico de su arte, lo que es una herencia
invaluable.
Así que el no haber
alcanzado los límites de la conciencia búdica no afecta ni afectará
para nada el mérito de ningún maestro como transmisor, creador de
una escuela, guardián de un estilo o gran teórico. Una cosa no
quita la otra.
Es necesario
comprender que en las artes marciales, la sabiduría mística no es
condición indispensable para alcanzar la categoría de maestro.
Son cosas mucho más
tangibles como destreza técnica, capacidad de innovación, aporte de
nuevos elementos, investigación, desarrollo de nuevos aspectos, etc.
Resumiendo, puede
decirse que un maestro es alguien que aporta prestigio a su escuela y
que es reconocido por el arduo trabajo que ha realizado en ella. La
iluminación no entra en la ecuación, porque, entre otras cosas, es
algo individual y la docencia es una tarea eminentemente grupal.
El maestro es
alguien que ha demostrado no vivir para sí, sino para su enseñanza,
su escuela, su estilo y sus alumnos.
Pero en occidente,
quizás por tener una vida espiritual bastante alejada de nuestra
cotidianidad, nos empecinamos en revestir al maestro de
características dignas de un personaje de la Marvel Comics.
Necesitamos de
cierto exotismo que nos saque de nuestras vidas llenas de estrés y
monotonía.
Otro elemento muy
humano interviene también. La necesidad de delegarle la
responsabilidad a otro. Eso lo hacemos a nivel religioso, político,
emocional... no es más que la vieja necesidad humana de ceder
nuestra voluntad a alguien o algo que nos diga a dónde tenemos que
ir, estamos deseosos de ponernos sobre un raíl sobre el que dejarnos
llevar y no usar la cabeza.
La facilidad con la
que caemos en las redes del consumismo es otro gran ejemplo. Todo lo
que sea seguir una corriente parece tener una gran capacidad de
seducción.
Esto da origen a
alumnos ciegos, sin capacidad de análisis, con la inteligencia de
una fotocopiadora y maestros, que, generalmente, sólo son maestros
en extraer el dinero de los bolsillos de sus discípulos, los que en
gran medida tienen la responsabilidad de ser embaucados ya que es su
falta de profundidad y su imperiosa necesidad de creer en la primer
paparrucha que les pongan delante lo que se lo pone tan fácil...
como si un condenado a la decapitación se dibujara una línea
punteada en el cuello.
El tipo de alumno
que yo jamás desearía.
Está claro que
todos somos posibles víctimas de un “estafador marcial”, de
hecho yo mismo he mordido el anzuelo más de una vez...pero luego de
un tiempo prudencial uno escupe la carnada en cuanto se ve que las
cosas se caen por su propio peso. Todo depende de la experiencia que
tengamos y de la capacidad histriónica del falso maestro.
Yo siempre insto a
mis amigos, alumnos y discípulos a que usen sus mejores armas: la
deducción y el análisis. Una cosa es respetar las enseñanzas y al
docente que esta colaborando en tu crecimiento como artista marcial.
Otra es que uno ponga el cerebro en “stand by” y acepte todo lo
que le echan.
Un artista marcial
debe tener una mente rápida.
Se supone que se
esta entrenando para superar situaciones límite donde en un segundo
debe evaluar qué hacer o no, ya que de eso puede depender su
integridad física o la de un ser querido. Así que siempre los
estimulo a que busquen información, que contrasten por ahi... La
discusión educada no sólo está permitida, es vista con buenos
ojos.
Conocer otras
escuelas, otras técnicas, otros docentes siempre enriquece.
Los grandes maestros
de la antigua China compartían información mucho más de lo que hoy
hacemos, en los que parece que unos temen que le roben alguna técnica
secreta y eso favorezca económicamente a su rival.
Porque hoy,
desgraciadamente, todo se mide por el vil metal.
Conozco varios casos
de “maestros” que prohíben que sus alumnos entren en contacto
con otras enseñanzas. Esta actitud sectaria es el envoltorio del
temor a que su rebaño abra los ojos y quiera salir por patas al
darse cuenta que los han estafado.
La enseñanza es
como una linterna, se basa en iluminar, no en ocultar. Nadie se
compraría una linterna que arroje sombras...
Claro que también
están los maestros que sabiendo mucho no lo sueltan. Más sombras.
Cada vez que he
detectado oscurantismo en algún sitio lo he abandonado sin siquiera
mirar atrás.
En serio, si alguien
se atreve a prohibiros crecer o los mantiene atados con la ilusión
de un conocimiento que nunca llega, dadle con la puerta en las
narices. Esas tácticas son de gente poco evolucionada.
Como director de una
escuela, sólo puedo intervenir en algún caso disciplinario grave
que afecte la tradición, el honor o el funcionamiento normal de la
instutución que han puesto a mi cargo. No poseo autoridad sobre la
vida personal de nadie de la misma forma que no permito que nadie la
tenga sobre la mía.
No solo no os dejéis
atrapar por los que no saben, tampoco por los que saben y no
comparten. El saber no habilita para enseñar, de nada sirven los
títulos y los linajes si el docente en cuestión carece de la
pedagogía o lo que es peor, la generosidad necesaria.Enseñar es
compartir y algunos no se sienten cómodos compartiéndolo todo.
Buscad antes alguien
que os enseñe bien que alguien que esté atiborrado de un
conocimiento que nunca llegará a vosotros.
En las artes
marciales chinas, las relaciones son equiparadas a las familiares.
Sifu , en chino
maestro, es “padre que enseña”, el maestro de tu maestro es tu
abuelo, etc. Hay primos, sobrinos, hermanos mayores, menores...
Tu sifu no es quién
más sabe en el mundo. Tu sifu es, por decirlo de alguna manera,
quien te ha traído al mundo en cuanto al arte marcial.
Si bien a veces por
respeto llamamos maestro a figuras destacadas de otras escuelas, lo
cierto es que sólo estamos “obligados” (por decirlo de alguna
manera) a llamar maestro, concretamente decir "mi maestro"
a quien nos ha educado e impulsado de forma más decidida, es decir,
a aquel que en nuestro corazón sabemos que nos ha dado más que
nadie.
Cuando uno se
transforma en discípulo significa que nuestro maestro se hace cargo
especialmente de nuestro avance. Es un honor y una responsabilidad
compartida. No es una relación simplemente institucional. O no
debería. El verdadero trabajo del maestro es cuando consigue tener
un discúpulo. Va más alla de saber muchas técnicas. El sifu navega
dentro de su hijo marcial, como el jardinero que cuida de su planta
más preciada, asumiendo la responsabilida de cortar aquí y agregar
allá.
Si alguien piensa
que es fácil, que lo intente.
Hay niveles en todo.
La maestría no escapa a esta regla. Hay maestros y grandes maestros.
Hay quienes dominan una parte del arte y los que dominan muchas
áreas.
Pero lo cierto es
que nadie puede abarcarlo todo ni saberlo todo.
En lo que a mi
respecta no me gusta que se use la denominación a la ligera, pero
tampoco temo llamarle a quien considero un profesional en su arte,
maestro.
Me gustaría que
dejase de ser una palabra casi maldita.
Creo que la
maldición viene del uso para vanagloriarse.
Un verdadero maestro
siempre siente una ligera incomodidad cuando lo llaman "sifu",
porque en el fondo sabe todo lo que le falta por alcanzar.
A mi me gusta darle
un uso afectivo. Como a mi difunto maestro al que nunca llamé
maestro en vida, ni hacía falta, pero hoy me gustaría tenerlo para
decírselo con todo el cariño del mundo, sin que significasen tronos
ni glorias, simplemente un reconocimiento por haber estado a mi lado.
Hay una gran
diferencia en donde impacta la palabra "sifu". Puede que a
algunos les dé de lleno en el ego y a otros nos de en el corazón.
Algunos oirán "eres la leche, lo mejor de lo mejor" y
otros oiremos "mi mentor, mi compañero y mi amigo".
Se muy bien, que
muchos excelentes docentes no quieren ni acercarse a esta
denominación por humildad legítima y por que lamentablemente ha
sido muy manoseada. Pero unos cuantos se la merecen.
Personalmente creo
que la maestría es asignada por alguien distinto a ti, es un
reconocimiento que llega por diversos motivos y que no se obtiene en
un aula o un examen. Es un proceso de la naturaleza y no puede ser
envasado ni mucho menos comercializado.
Un concepto erróneo
es creer que la maestría es la llegada a la cima de la escalera,
cuando la verdad es que es la puerta para empezar a experimentar el
arte con toda serenidad y aprender aun más intensamente.
Huid de aquellos que
quieran que los sigan para que los colméis de halagos y quedáos con
aquellos que quieren contagiaros el amor por su arte.
Como dijo un gran
maestro: "no me sigas, si me imitas fracasarás, sigue mis
enseñanzas y triunfarás"
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